Estatuas vivientes del Antiguo Egipto


Estatuas vivientes del Antiguo Egipto

Las estatuas del Antiguo Egipto no son simples representaciones pétreas, sino el resultado de una magia que invocaba la energía cósmica identificada con las divinidades para cargar con su fuerza determinadas esculturas.

Pero el mayor misterio es que todavía hoy, al cabo de milenios, estos objetos conservan un extraño poder que deja sentir su influencia en las personas que las contemplan y que algunos investigadores han podido incluso registrar con la tecnología más avanzada de nuestros días.
Historia

Todo comenzó como una especie de diversión. Era una sofocante mañana de agosto en el Museo Egipcio de El Cairo y yo charlaba con un compañero de viaje.

Aunque era su primera visita a Egipto y se notaba que sus conocimientos en la materia eran mínimos, presumía de su capacidad para percibir todo tipo de energías.
A modo de juego, decidí ponerle a prueba;  Tras bajar a la primera planta, le coloqué al comienzo del ala Este, dedicada en gran parte al Imperio Nuevo y a la Época Ramásida.

A continuación le invité a que comenzara a andar, advirtiéndole que cuando sintiera algo especial me lo hiciera notar. Mientras le seguía a varios metros de distancia, observé cómo iba pasando ante piezas de varias dinastías tardías sin darles mayor importancia, hasta que, casi al final de la galería, se detuvo ante una vitrina grande.

En su interior se conservaban diferentes figuras del reinado de Ramsés II (1250 a.C.). Mirándome fijamente, señaló las piezas y me preguntó:

«¿Qué es esto?».

Boquiabierto, lo primero que pensé en aquel momento fue que aquella persona realmente tenía «poderes». Entre las miles de piezas que se conservan en esa gigantesca galería de unos 100 metros de largo, había elegido la vitrina correcta.

Quizás me leyó el pensamiento, hecho que, en cualquier caso, no sería menos extraordinario. Sin embargo, la historia que rodea a las enigmáticas esculturas ante las que se detuvo, la misma que la de otros miles que se conservan en los sótanos de este museo, respalda el «instinto» de mi amigo. No se trata de estatuas normales.

Si él pudo sentir su fuerza fue porque, posiblemente, miles de años después de haber salido de los talleres de los artesanos de los templos egipcios aún sigue latiendo algo dentro de ellas.

¡Están vivas!
Ese sentimiento puede experimentarse especialmente en la capilla de la diosa-leona Sekhmet
(AÑO/CERO, 109) que se encuentra en la capilla de Plah, dentro del magno complejo de Karnak, en Luxor. Allí, el visitante nota una extraña energía que emana de la estatua de la diosa y son muchos los que tienen sueños arquetípicos y percepciones que habitualmente sólo aparecen en determinados estados alterados de conciencia. Este tipo de vivencias se producen especialmente en todo el gran conjunto de Karnak. Entre los grandes pilones (construcciones macizas que servían de portada en los templos egipcios) 111 y IV, justo delante del VII de este fastuoso santuario y muy cerca del popular lago sagrado, se abre un extenso patio que sigue el eje Norte-Sur del complejo.

Su construcción data de la dinastía XVIII, es decir, unos 1.400 años antes del nacimiento de Cristo. Para los miles de visitantes que a diario acceden a este templo, nada tiene de particular el patio del VII pilón. Sin embargo, en las campanas de excavaciones realizadas por el francés George Legrain entre 1903 y 1906 en este lugar, que en el argot de la egiptología se denomina «patio del escondrijo», aparecieron miles de estatuas de diferentes personajes reales y altos funcionarios que iban desde la dinastía XVIII hasta la XXV (1400-750 a.C.). A este pozo correspondían las estatuas que mi amigo supo localizar en el Museo de El Cairo.

Unos opinan que en la Época Tardía había tal número de figuras que era imposible transitar por el patio, por lo que decidieron enterrarlas.

Otros piensan que el escondrijo de Karnak se creó para evitar que los persas, que acababan de invadir Egipto en el año 525 a.C., se hicieran con tan precioso botín. Sin embargo, hay un detalle decisivo que desmonta esta hipótesis: ninguna de las esculturas halladas pertenece al grupo de figuras que se empleaban para el culto divino, es decir, aquellas estatuas que, debido a su carácter sagrado, eran retiradas del templo si existía la más mínima sospecha de peligro para su integridad.

Si pensamos que los antiguos egipcios otorgaban un significado mágico a muchas de sus esculturas, en la creencia de que eran seres vivos y como a tales había que alimentarlos, vestirlos y cuidarlos a diario, la respuesta al enigma del escondrijo de Karnak seguramente se aleja de cualquier concepto de tipo estético y se encuentra en la magia con la que esas esculturas habían sido investidas después de fabricadas.
Además, los egipcios no empleaban cualquier tipo de piedra para sus estatuas, sino que cada material se escogía en función de un motivo religioso determinado.

Ritos de Sol y luna El hallazgo llevado a cabo en el patio del escondrijo de Karnak no es, en absoluto, un hecho casual. En otro recinto similar, el patio de columnas erigido por Amenofis III (1400 a. C.) en el templo de Luxor, se realizó un descubrimiento idéntico hace apenas una década. En 1989, un grupo de arqueólogos franceses y egipcios descubrió un escondite donde se conservaban desparramadas o volcadas 26 estatuas reales de tamaño un poco más grande que el natural. Como en Karnak, todas ellas pertenecían al Imperio Nuevo y a la Época Tardía. En la actualidad se conservan en un anexo del Museo de Luxor, no muy lejos del templo donde fueron descubiertas.

La cerámica encontrada junto a ellas de- nota que el enterramiento, a pesar del desorden, debió ser de tipo ceremonial. Muchas poseen, además, una belleza especial que las hace únicas en su género. Muy posiblemente, estos escondites de estatuas son un pequeño ejemplo de todos los que pueden existir en Egipto, pendientes de una excavación que los saque a la luz.

Para buscar la clave de este embrollo de escondites tenemos que volver al templo de Karnak. Allí, en el Sancta Sanctorum, original del Imperio Medio (2000 a.C.) y reformado por Tutmosis III (1450 a.C.), se conserva un texto esclarecedor en el cual los sacerdotes egipcios dejaron constancia de los ritos a los que sometían a las esculturas nada más salir del taller de fabricación, localizado en el mismo templo. En ciertas épocas del año, éstas eran subidas a la terraza con el fin de «recargar» su energía.

Al no ser todas las imágenes iguales, unas requerían energía solar y otras lunar. Dependiendo del año y del mes, eran ascendidas solemnemente hasta la parte más elevada del templo con el fin de cargarlas, literalmente, de Sol o de Luna. Este documento pone en evidencia que los ritos destinados a animar las estatuas implicaban un complejo proceso que suponía ceremonias periódicas para renovar el poder con que habían sido investidas al ser consagradas y, asimismo, que sus pro- piedades mágicas se vinculaban con las energías cósmicas. En la Época Tardía también tenemos evidencias de rituales de invocación para cargar las esculturas. Jamblico, en De los misterios de los egipcios (siglo IV d. C.) describe incluso algunos ritos denominados «encantamientos bárbaros», que consistían en largas series silábicas que debían recitarse en un orden prefijado e inalterable y cuyo objetivo era encerrar las energías o los espíritus en las estatuas, que así devenían «vivientes».

Instantáneas veladas 

Muchas personas que viajan a Egipto han sufrido una experiencia para la que no encuentran explicación: en un determinado momento no han podido disparar sus cámaras fotográficas o se les ha velado la instantánea de una es- cultura. Algo similar ocurre en la ya mencionada capilla de Sekhmet, donde son muchos los que han regresado del viaje sin la deseada foto o vídeo de la diosa. No se trata de un fenómeno extraordinario.

Más de un experto en antigüedades se ha sorprendido al comprobar que las fotografías realizadas a un simple ushebti de Fayenza -una figura votiva-, salían veladas si la pieza había estado expuesta al Sol durante unas horas, como si el pequeño ushebti fuera capaz de retener esa energía para luego expulsarla contra el negativo de la película. Si analizamos tanto los textos legados por los sacerdotes egipcios en el templo de Karnak como los sorprendentes experimentos realizados hoy día con estatuas egipcias, no será muy difícil encontrar la solución al misterio de los escondites de esculturas: éstas fueron enterradas en el propio templo con, el fin de mantener activa la energía del espacio sagrado.

Las pruebas documentales que respaldan esta hipótesis están disponibles para que sean estudiadas y analizadas. En cualquier caso, cada día que pasa son más numerosas las teorías que tienen en cuenta la importancia de un factor al que podríamos llamar «orgánico», no sólo en los templos, sino en el resto de la obra artística que hemos heredado de los egipcios. Un legado que, como ya adelantó el egiptólogo R. A. Schwaller de Lubicz, puede que sea más simbólico y mágico de lo que habíamos pensado. Más allá de la cuestión histórica, el mayor misterio atañe al presente vivo: ¿cómo es posible que después de miles de años estas estatuas conserven la energía que las dotó de vida? Pero este es un secreto de la magia egipcia, que no en vano es la matriz de toda la magia occidental.

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